Zamora es una ciudad que cuenta con una
larga historia que se proyecta hasta la edad del bronce en que fue ocupada por
el pueblo celta de los vacceos que la denominaron Ocalam. El núcleo originario
de la ciudad se encuentra sobre una colina rocosa que favorecía su defensa,
siendo un codiciado asentamiento. El río Duero que hizo de frontera entre los
reinos cristiano y árabe durante parte de la Reconquista, bordea el enclave que
fue amurallado en diversas ocasiones.
Durante la invasión de los árabes, Zamora
fue tomada y reconquistada por los cristianos al mando del Rey Alfonso II de
Asturias el Casto, que ordenó levantar las murallas. Su sucesor Alfonso III el
Magno la repobló con mozárabes procedentes de Toledo y reforzó las
fortificaciones, convirtiéndose en una de las plazas fuertes más importantes
del Reino de León, que resistió diversos ataques, y gozó de cierta época de
prosperidad, hasta que a finales del S.X
Almanzor la destruyó en un par de ocasiones.
El desplazamiento de la frontera del Duero hacia el río Tormes trajo
años de prosperidad y enriquecimiento a
la ciudad que vivió su época de máximo esplendor. Reflejo de esa época son los
22 monumentos románicos censados entre los Siglos XI al XIII, que hacen de
Zamora una ciudad con una concentración de monumentos de este estilo única en
el mundo.
La Iglesia de Santa Maria de la
Magdalena, se encuentra en el núcleo histórico de la ciudad, en la Rua de los
Francos y es de los pocos edificios que no ha sido engullido por posteriores
edificaciones, quedando en una situación que nos permite apreciarlo en su
integridad.
Existe un vacío documental sobre la
mencionada Iglesia, cuyo primer documento de 1.157 es de Dª Sancha, hermana de
Alfonso VII, en que cita a la Iglesia de “Sancta Maria Magdalena” como
dependiente de la de San Miguel de Mercadillo. Se sabe que en el S.XIII pasa a
manos de la Orden de San Juan a través de diversos documentos de esa
centuria, entre los años 1.248 a 1.293.
Hoy pertenece a las Siervas de María.
La Iglesia de Santa María Magdalena, está
orientada correctamente hacia Oriente,
es de nave única. El edificio está construido a base de sillares de
arenisca local, perfectamente trabajados. Al exterior, destaca el cilindro absidial,
que partiendo de un zócalo, consta de cuatro semicolumnas adosadas que llegan
hasta la cornisa y terminan en capiteles con decoración vegetal.
Estas cuatro semicolumnas , dividen el ábside en tres lienzos con sus
correspondientes ventanas de tipo saetera, siendo la central por donde penetra
la luz al interior de la cabecera, mientras que las laterales se encuentran
cegadas. Las tres ventanas tienen
columnas acodilladas coronadas por capiteles vegetales de hojas y
nervios perlados. Dos impostas recorren el ábside, dividiéndolo en tres
niveles; la inferior a nivel de la base de las ventas y la superior como
prolongación de los cimacios. Los muros están reforzados por contrafuertes
prismáticos. Los canecillos que sustentan la cornisa contienen prótomos felinos, rollos y temas vegetales.
Tres son las portadas de la iglesia: la
septentrional estuvo cegada y consta de cuatro arquivoltas que apean en
capiteles vegetales de grandes hojas con las puntas vueltas. La portada que
ocupa parte del hastial de poniente, se encuentra descentrada debido a la torre
que ocupa la mitad de dicho frente y que únicamente conserva original su parte
inferior. Esta portada occidental, es la mas sencilla de las tres y consta de
dos arquivoltas que apean en capiteles vegetales. Sobre esta portada se
encuentra un óculo de ocho lóbulos.
La portada con
mayor ornamentación es la situada en el lado meridional y es la mas tardía de
todas. Se encuentra bajo una imposta con decoración vegetal ondulante rematada
por dos cabezas felinas en sus extremos. Consta de arco y cuatro arquivoltas
ligeramente apuntadas. El arco que
conforma la parte mas interna, es polilobulado, con perlas en sus arquillos y
decoración vegetal al frente. La siguiente arquivolta, también tiene decoración
vegetal y en la clave, aparece una sonriente cabeza y próxima a ella la figura
de un Obispo, en disposición longitudinal, con casulla y mitra sujetando el
báculo con su mano izquierda, que lleva aparejada la tradición de que quien
consiga verlo entre tanta decoración, contrae matrimonio. Las siguientes arquivoltas contienen
igualmente decoración vegetal a base de hojas con tallos entrecruzados, sujetos
por bandas perladas. La última de todas, tiene un mascaron felino que vomita
tallos trenzados y entrecruzados, con hojitas perladas. Rodea el conjunto una
chambrana con cabecitas que asoman entre hojas.
Esta maravillosa puerta se
mantiene sobre columnas acodilladas y jambas con decoración de dragones, arpías
con capirotes -al estilo de Santa Eufemia de Cozuelos-, de ambos sexos, con
algunas, barbadas. Adornos vegetales de acantos y los cimacios con hojas
lobuladas y palmetas entre las mismas. Sobre esta portada podemos ver un
óculo tetralubulado en cruz y orlado con puntas de diamante. Hay un par de ventanas
geminadas de época posterior.
Al interior, lo primero que llama la
atención es la altura de la nave única con techumbre de madera a dos aguas. El
ábside, sigue el patrón exterior con semicolumnas adosadas que llegan hasta el cascarón de la
bóveda y de las que parten nervaduras para reforzarlo. También, encontramos dos
líneas de impostas; a partir de la superior se articulan las ventanas y en la
inferior, tenemos tres pares de hornacinas cóncavas que aligeran el espesor del
muro.
A ambos lados de la nave y en la
embocadura de la cabecera, hay un par de baldaquinos que recuerdan a los vistos
en San Juan de Duero o el Monasterio de Rodilla. Estas apoyados en cuatro
columnas de las que tres de ellas son parte estructural de la Iglesia y la que
queda exenta, luce decoración de zig-zag en el fuste.
Pero si en algo hay acuerdo es en el magnífico sepulcro que alberga
adosado al muro norte, considerado junto al cenotafio de San Vicente de Avila,
las máximas obras de este tipo en el románico castellano leonés. Se desconoce
el destinatario de tan delicada obra, pero apuntan a Urraca de Portugal,
Infanta del Reino e hija de Alfonso VII.
Sobre la lauda sepulcral a dos
vertientes y con cruz perlada en el centro, adosada a la pared, hay una representación
de la difunta, que yace ricamente ataviada sobre un lecho apoyando su cabeza
sobre dos cojines. Flanquean la escena dos ángeles turiferarios cuyos índices
señalan el ascenso del alma hacia los cielos, representada por una imagen con
las palmas de las manos a la altura del pecho que es transportada en un paño
por dos ángeles.
El conjunto funerario está
cubierto por un baldaquino que apoya en cinco columnas de las que dos están adosadas y tres son
exentas, de estas últimas, las de los extremos son torsas, pero todas ellas con
capiteles decorados con arpías y dragones. Dicho baldaquino, conforma
elementos arquitectónicos acastillados y
bajo arcos trilobulados hay representaciones de dragones, arpías con los cuellos
entrelazados y leones afrontados.
Investigaciones
recientes relacionan esta obra con el Coro Pétreo del Maestro Mateo, de Santiago
de Compostela.
Texto: Mikel Unanue.
Donostia
Fotos: Rosa G. Nieves.
Madrid
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