lunes, 24 de marzo de 2014

PALIMPSESTO SOBRE EL "BEATO" DE FERNANDO Y SANCHA*

      Hacia el fin del primer milenio de nuestra era, en la isla de Patmos, el apóstol Juan tuvo una visión. Que no haya sido de verdad Juan, que no haya tenido una visión y se hubiera sencillamente limitado a escribir un texto en el género literario llamado "visión" (o apocalípsis, revelación) no tiene apenas importancia. Porque este del que nos ocupamos es un texto (y la manera por la que ha sido leido). Ahora bien, un texto, cuando está escrito, no tiene a nadie detrás de él; en cambio, él tiene, cuando sobrevivió, millares de intérpretes delante de él. La lectura que ellos dan engendran otros textos, que son la paráfrasis, el comentario, su utilización sin escrúpulos, la traducción de otros signos en palabras, en imágenes, incluso en música.
 
      Un texto es un desfile de formas significantes que esperan ser llenadas (que la historia, dice Barthes, pasa su tiempo en llenar); los resultados de esos "rellenos" son casi siempre otros textos. Peirce habría dicho: las interpretaciones del primer texto. No es un azar si en esas páginas, y en las que siguen en el cuerpo de este volumen, el primer texto no esté transcrito, y no solamente porque sea muy conocido. El hecho es que este volumen se refiere sobre cierta interpretaciones del texto llamado Apocalípsis, De esta manera, y desde el principio, el primer texto nos parece borroso, mediatizado por otros textos sucesivos, que -ellos mismos- no aparecen por aquí, sino por breves citaciones antológicas, porque el presente  que estaba sentado en el tronolos ha elegido como puntos de partida, y no como punto de llegada, y que ellos han engendrado también otros textos, del que éste que leemos aquí incluso, sobre páginas azules y encuadernado en negro, es aún uno de la interpretaciones, y no el último.

"Beato" de Fernando y Sancha: Juan no adora al ángel sino sólo a Dios

 
      Si, de la periferia la más alejada de ese círculo en expansión de la semiología ilimitada, volvemos al texto de origen, ni siquiera podemos decir que él nos parece claro y definitivo como un cristal. Porque ese texto, el Apocalípsis de Juan, parece hecho a propósito para escarnio de las lecturas definitivas, como lo sabemos bien todos sus lectores. Diremos, como una modernidad blasfematoria, que es una obra abierta, y que, probablemente (pero no lo sabremos nunca si la hipótesis es correcta, y no simplemente probable), es así como el autor lo ha querido.
 
      Sin embargo, sabiendo bien que toda paráfrasis es otro texto traicionado, empobrecido (a veces también enriquecido, pero no es el caso) del texto parafraseado, intentaremos recorrer de nuevo los momentos narrativos fundamentales del Apocalípsis, psólo fuera  por tener un término de referencia para el discurso que seguirá.

"Beato" de Fernando y Sancha: Lo cuatro jinetes
 
      Así pues, Juan tuvo una visión. Oyó una voz que le imponía escribir lo que vería y enviarlo a las siete iglesias de la provincia de Asia: y él vio siete lámparas de oro, y, en medio de ellas, un ser humano parecido al Hijo, con cabellos blancos, ojos de fuego y pies ardientes como bronce fundido, y la voz como el estruendo de las aguas. Tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una espada. Y vio una puerta abierta en el cielo y detrás de la puerta un trono con alguien sentado, envuelto en un arco iris similar a la esmeralda, y había alrededor del trono veinticuatro ancianos, y, delante siete lámparas alumbradas. Y alrededor del trono cuatro vivientes, un león, un toro, un ser con cara de hombre y un águila en vuelo. Y en la mano derecha de aquél que estaba sentado en el trono, un libro con siete sellos, que, con gran dolor de Juan, nadie lograba abrirlo. Hasta el momento en que vino un Cordero con siete cuernos y siete ojos, adorado por los Vivientes y los Ancianos con arpas y copas llenas de perfume, y un coro de millones de ángeles. Y cuando el primer sello fue abierto, apareció un caballo blanco montado por un caballero victorioso; cuando el segundo fue abierto, salió un caballo alazán montado por alguien que tenía una gran espada; y cuando el tercero fue abierto, vino un caballo negro montado por un jinete que portaba una balanza; y cuando el cuarto fue abiero, un caballo amarillento montado por la Muerte; y con el quinto fue el regreso de los mártires; y el sexto, una vez abierto, se produjo un gran temblor de tierra; el sol devino negro y la luna de sangre, las estrellas cayeron y el cielo se arrugó como un pergamino,y, mientras todos en la tierra se escondían, pareció claramente la cólera de Dios.

*Beato de Liébana. Miniaturas del Beato de Fernando I y doña Sancha (Manuscrito B.N. Madrid. Vit 14-2). Umberto Eco. Ed. Franco María Ricci. Milán  1983.

Traducción: Javier Pelaz

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