domingo, 5 de noviembre de 2017

BRUJULEANDO POR EL ROMÁNICO AVILESINO


      La idea preconcebida que tenía el visitante  acerca de Avilés, no era otra que la de ser un ciudad surgida al socaire de la industrialización, por la instalación -en la década de los cincuenta del siglo pasado- de los Altos Hornos de Ensidesa.

      El visitante deconocía el Casco Antiguo con sus edificios señeros, sus calles soportaladas (como la de Galeano, que es la más larga , la única que conserva su doble empedrado: uno para el ganado y la gente que calzaba madreñas; y otro para el resto de transeúntes); sus acogedoras plazas peatonales y sus típicos locales para degustar culines en buena compañía.

      Mas el visitante ha venido con una intención muy clara: visitar las iglesias, que en su tiempo se alzaron bajo el canon románico. Sin embargo, tras muchas remodelaciones y ampliaciones, hoy sólo conservan una pequeña parte de aquel acervo histórico-artístico.

Portada occidental de los Padres Franciscanos

      Antes de iniciar el itinerario se desayuna -en aquella mañana nubosa de las postrimerías del verano- un café con una tostada en la terraza de "Uxia Café", teniendo enfrente la  vistosa fachada del Ayuntamiento.

      En la plaza de  Carlos Lobo se halla la iglesia actual de los Padres Franciscanos (denominada en la Edad Media: San Nicolás de Bari). Sólo del periodo románico permanece aún la  portada occidental y el muro del imafronte, incluida la ventana sobre la puerta. Sus tres arquiovoltas, lo mismo que los capiteles que coronan sus columnas, permanecen en un estado lamentable. El visitante se entera (con la ayuda de la guía de bolsillo) que el salitre ha sido la causa del progresivo estropicio de la piedra. Al construirse el templo muy cerca del mar, la humedad marina ha carcomido, a lo largo de los siglos, la piedra impregnándola de manchones oscuros.

      Las arquivoltas de la portada occidental descargan su empuje sobre columnas acodilladas, menos la más interior que lo hace sobre jambas. La exterior es la más lograda por su doble zig-zag perfilado con maestría. Entre sus dos bandas se incrustan motivos de perlas y el intradós se adorna con flores tetrapétalas de excelente factura. La del medio se anima con rombos, no así la del interior, que se articula con boceles. Un guardapolvos ajedrezado abraza el saliente de la puerta o arimez. Un detalle que no pasa desapercibido para el visitante es que la arquivolta del interior continúa hasta los pies de las jambas con una doble banda acanalada ornada con botones.  En relación con la iconografía figurativa de las cestas el visitante  sólo consigue interpretar la del Pecado Original (Adán y Eva) y dos aves en actitud de beber en un cuenco (podrían ser pavos reales simbolizando la Eucaristía). Del resto, el visitante no tiene  ni la más remota idea  por su completa  desfiguración.

Capitel del Pecado Original de la portada de los Padres Franciscanos

      Contrariado por la dejadez de los responsables de la conservación del patrimonio artístico local el visitante se encamina a conocer la siguiente iglesia.

      Al transitar por la calle Alfolies el visitante la encuentra, a esa hora, atestada de paseantes, muchos de ellos agolpados ante los tenderetes de los vendedores "medievales", por celebrarse en esos días una feria al estilo de aquella época.

      En la plaza Carbayo, tras haber franqueado una calle soportalada, se halla la iglesia de Santo Tomás de Canterbury, más conocida por la iglesia de Sabugo.  Se levantó extramuros en un periodo que los historiadores denominan tardorrománico. En su día fue un barrio donde moraban los pescadores y recalaban los barcos procedentes de Inglaterra. No es de extrañar, por tanto,  la advocación de la iglesia al santo inglés.

       El templo conserva la mayoría de los elementos arquitectónicos primigenios, menos la cubrición de la nave y del ábside, así como las capillas que se adosaron posteriormente en el muro septentrional. El tambor del ábside se articula en el exterior con dos columnas entregas rematadas con capiteles decorados con temática vegetal.

Detalle de las arquivoltas de la portada de los Padres Franciscanos

      Se accede al interior por dos puertas, pero el visitante considera la del lado meridional más interesante y más románica que la occidental. La guía le aclara que la disfunción temporal  de las portadas  fue debida a la dilatada duración de las obras. Estas comenzaron cuando predominaba el románico pleno y finalizaron con los primeros balbuceos  del gótico. Por lo que las arquivoltas de la portada sur  son de medio punto abrazadas por chambrana ajedrezada. En cambio, la de la portada occidental, marcadamente abocinada.

      Las cuatro roscas de la puerta occidental son apuntadas con un guardapolvo adornado con flores tetrapétalas. Los capiteles de las jambas y columnas se engalanan con la talla de animales felinos y antropomorfos. Un tejaroz cubre la portada, cuyos canecillos reproducen seres humanos y rollos; en cambio, las metopas se ornan con flores de lis alternando con rosetas inscritas en círculos menores. La línea de imposta se resalta con tetrapétalas acompañadas con máscaras humanas.

Portada meridional de la iglesia de Sabugo

       La portada meridional es más antigua. Prevalece un cuerpo resaltado con tres arquivoltas de medio punto. La más exterior lleva perlas como adorno y las otras: dientes de sierra y boceles. El guardapolvo presenta el clásico ajedrezado. Sus respectivos capiteles presentan hojas lanceoladas, felinos en posición vertical levantados  sobre sus cuartos traseros, rostro humano barbado y con los párpados cerrados, y vegetales. Molduras cócavas y convexas se aprecian en las jambas. Resguarda la portada un tejaroz sostenido por canecillos esculpidos con distintos temas: representaciones humans, zoomórficas, vegetales y figuras geométricas. 

    En el interior la separación de la cabecera con la nave se realiza con un arco triunfal de doble rosca apuntado, sólo la más exterior se adorna con una banda en zig-zag, muy propio de algunas iglesias románicas del Principado. Los capiteles de ambas están esculpidos con motivos fitomórficos.

      Apunto de marcharse, llama la atención del visitante un banco pétreo adosado al muro y una mesa del mismo material junto a la puerta meridional. Como permanecía tan fijo buscando una explicación una señora le espeta que en ese lugar se reunían antaño los Gremio de  Mareantes y Terrestres, con la finalidad de esbozar los detalles de la futura campaña ballenera.

      Antes de almorzar, el visitante tiene aún tiempo de dirigirse a la plaza Domingo Alvarez Acebal donde se ubica el convento de San Francisco del Monte (actual parroquia de Nicolás de Bari). Al visitante le confunde el cambio de nombre o de advocación de ambos templos. Por eso tiene que echar mano de la guía a ver qué dice al respecto, sentado en un banco frente a una curiosa fuente, cuyas aguas surgen de la boca de seis cabezas de monjes.

Detalle de las arquivoltas de Sabugo

      En la segunda mitad del siglo XIII los franciscanos se instalaron extramuros de la villa erigiendo un convento. Tras la desamortización de Mendizábal la comunidad franciscano tuvo que abandonar sus instalaciones recogiéndose en un edificio cercano a la antigua iglesia de San Nicolás de Bari y, a la vez,  rigiéndola  bajo la nueva advocación de San Antonio de Padua (hoy denominada de los Padres Franciscanos).

     La iglesia de San Nicolás de Bari es también de un románico tardío, de la segunda mitad del siglo XIII. Su puerta septentrional denota el influjo del gótico. Ya las arquivoltas son apuntadas apeando sobre capiteles de hojas y abrazadas por una chambrana de puntas de diamante.

      En ese momento se celebra la misa dominical. Así que el visitante ocupa un lugar en un banco del fondo, al lado de una mujer mayor que con afectado recogimiento masculla las oraciones litúrgicas. Durante la homilía el celebrante recuerda que al día siguiente, día del patrón de la villa, la misa solemne será al mediodía, y concluye con tono socarrón: "aunque el programa oficial no lo recoja."

Portada de San Nicolás de Bari

     Concluida la misa  el visitante pregunta al sacristán si podría contemplar el claustro, en donde se conserva un cancel de la época Alto Medieval, incrustado en una panda del recinto y, además,  una triple arquería románica. No consigue verlo por imperativo del tiempo, ya que el templo se va a cerrar.

      La mañana no da más para sí y ya es la hora de almorzar. Un amigo le recomendó que donde se sirve el mejor pulpo a la gallega es en el "A Feiras", en el soportal de la calle San Francisco, frente a la iglesia de donde salía en aquel momento. No erró su amigo. Todo resultó como quería el visitante,   a pesar de la espera por ocupar una mesa.

      Comienza a orbayar  cuando el visitante abandona la villa en su coche. Este repentino cambio del tiempo constituye una estampa muy habitual en tierras norteñas.

Texto y fotografías: Javier  Pelaz.Santander