viernes, 30 de mayo de 2014

SOPORTE Y UTENSILIOS PARA LA CONFECCIÓN DE UN CÓDICE


          “Un libro equivalía a tres vacas preñadas”. Así figura el coste de un códice en el Cartulario de Santo Toribio de Liébana (1). Si añadimos, además, la anotación que figura en uno de los volúmenes propiedad de un canónigo de Amiens: “He pagado por este libro la suma de 45 sueldos parisienses todo incluido”; resulta, de todo ello,  que la compra de un libro  resultaba carísima si lo comparamos con la pensión de 48 sueldos que otorgó a una joven huérfana de guerra el Ayuntamiento de Orleans. Si, además, la encuadernación la hubiera realizado un orfebre o un artista la suma ascendería a mucho más. Así pues, poseer, por encargo o compra, un codex sólo estaba reservado para los más pudientes.
Un palimpsesto o reutilización de un pergamino
 

EL PERGAMINO.

      Uno de los materiales que encarecía el coste de un volumen era el empleo  del pergamino como soporte de la escritura. Aquél comenzó a utilizarse a partir del siglo IV, suplantando al papiro, de coste más bajo, aunque más endeble y dificultoso de importar de Egipto desde la conquista del país por los musulmanes. Su alto valor económico –como veremos más adelante-  era compensado, en parte, al ser utilizado por las dos caras de la piel, ya que era factible de lavar y raspar y ser reutilizado de nuevo convirtiéndose en un palimpsesto.
 

      La piel se extraía de animales jóvenes (cordero, ternero o cabrito). Se fabricaba con la dermis, eliminando la epidermis y la hipodermis durante el proceso de manufactura. Por ello, los cenobios con scriptorium poseían rebaños de animales con este fin. Para la producción de un códice de tamaño normal se sacrificaba una media de treinta cabezas del rebaño. El pergamino de mayor calidad era la vitela, fabricada de animales nonatos o recién nacidos, reservándose para los códices más lujosos.

      El proceso de fabricación era muy minucioso. Primero se separaba la piel sumergiéndola en cal para facilitar el pelado y el descarnado. A continuación, se tensaba en un caballete para su estiramiento y acabado y, finalmente, se eliminaba las últimas impurezas raspando con una piedra pómez. Para que el pergamino fuera más suave y no estuviera grasiento, le aplicaban polvo blanco de arcilla mezclado con goma arábiga o cola de pescado.
Raspando la piel
 

LOS INSTRUMENTOS

      Hojeando los regios manuscritos miniados uno podría deducir que los amanuenses disponían de instrumentos sofisticados para poder realizar aquellas complejas decoraciones y dibujos artísticos. La realidad era otra. Se las tenían que ingeniar para que con medios muy rudimentarios pudieran conseguir las mayores expectativas en sus trabajos.

      En un principio los escribientes sólo tenían a mano el “estilo” -una especie de punzón- y el cálamo –una caña con la punta rebajada. En las postrimerías del siglo IV se comenzó a utilizar en los scriptoria la pluma de oca, que resultó ser un adminículo revolucionario.

      Con respecto a los iluminadores  de manuscritos, éstos utilizaban rudimentarios pinceles hechos con pelos de marta cibelina o de ardilla, cortados al ras las puntas y, luego, introducidos en la parte hueca de plumas de oca. El mango se alargaba con una varilla de madera redondeada. Los artistas a la sazón derrochaban imaginación a raudales como no podía ser de otra manera.
Tintero de barro
 

      Para esbozar dibujos o encuadrar los elementos de un pliego los dibujantes empleaban la mina de plomo (o dos partes de plomo  y una de estaño). Con aquélla se realzaban mejor los pliegues de las vestiduras, los contornos y las sombras.
Taller de preparación de pergaminos
 

LAS TINTAS

      La división del trabajo en un scriptorium monacal era esencial para ahorrar tiempo en la confección de un codex. A parte de los amanuenses e ilustradores, tenían una función específica los monjes o legos encargados de elaborar las tintas. Un ejemplo de de ello lo tenemos reflejado en la lámina conocida como la “Torre de Tábara” del “Beato” de San Miguel de Escalada (S.X), donde aparecen todos los empleados de un taller de escritura.
El pergamino dispuesto para ser utilizado
 

      Desde la Antigüedad el líquido para la caligrafía se fabricaba con hollín y cola. Mientras estaba fresca se podía borrar con una esponja, mas al secarse adquiría un negro intenso, que con el paso del tiempo llegaba a agrisarse.

      En el Medievo se añadieron otros ingredientes, que le dieron mayor fijeza y más profusión de tonos. Los elementos más usuales que se mezclaban eran la de: vitriolo azul (sulfato cúprico),  goma, cerveza, vinagra común (Veronica officinales), y agalla de encina. Con esta última la tinta adquiría un matiz rojizo más intenso.

      Ya en el siglo románico pleno, los ilustradores resaltaban las letras capitulares y los epígrafes con el azul ultramar obtenido del polvillo lapislázuli molido. De ahí la belleza, especialmente, de las ilustraciones de los “Beatos” y de otros manuscritos. El polvo de oro o de plata se reservaba para enriquecer los libros más lujosos.

     
Letra capitular ornada
En cuanto a los tinteros, los más sencillos resultaron los cuencos de barro o redomas de cristal. Los de cuerno, empero, eran un auténtico lujo.

(1)“Cartulario de Santo Toribio de Liébana”. Sánchez Belda, L. 1948 pp. 4-5








Texto: Javier Pelaz. Santander
Bibliografía:

“La Miniatura Altomedieval Española”. García-Diego, P.; Alonso Montes, Diego.  Asociación Amigos del Arte Altomedieval Español. Madrid. 2011

“Beato de Liébana. Manuscritos iluminados”: “El ambiente lebaniego de Beato”. González Echegaray, J. Editorial Moleiro. 2005

“Beato de Liébana. Manuscritos iluminados”: “Apocalípsis en España. La iluminación de los Beatos”. Yarza Luaces, J. Editorial Moleiro. 2005

“Caligrafía”. Ouchida-Howells, N. Perramón Ediciones S.A. Barcelona 2005
"El Arte de la Escritura". Fascículo nº 3, pp. 17-20. RBA Coleccionables S.A. 2005

 

 

      

      

     

       

         

 

     
        
 

 

      

      

miércoles, 28 de mayo de 2014

HITOS ROMÁNICOS EN LA VIA PODIENSIS: de AUBRAC a LECTOURE

      El caminante abandona la ciudad de Cahors -una mañana entoldada por una neblina- franqueando el puente Valentré, reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Bajo su reciedumbre aparejo de sillería discurre enmudecido el río Lot.

Puente Valentré
 
 
      Al poco rato comienza a llover, tras varias jornadas atizadas por un sol de justicia. Al principio, se agradece la fina lluvia, pero no la irrupción, más tarde, de una compacta artillería de truenos y relámpagos. Para evitar  males mayores el caminante se asubia, del estallido de la tormenta veraniega, al amparo del poche salvador de una granja. 
 
      A cierta distancia de Montcup se atisba la ingente silueta pétrea de su donjon, encaramado sobre un cerro. Es lo único que permanece en pie de su antiguo castillo, edificado en las postrimerías del siglo XII.  Gracias a un cartel el caminante se informa que "(...) la torre mide 24 metros de altura. Está dividida en tres pisos y una escalera tallada en la piedra conduce a la única puerta, la de la garita con escalera de caracol. A través de un muro espeso de dos metros da acceso al donjon, donde se superponen amplias salas de 12 por 8 metros. La sala baja servía de almacén y los dos primeros pisos tenían chimeneas."

Donjon de Montcup


      De vez en cuando la Via depara alguna que otra sorpresa agradable a los apasionados al Románico. A pesar de haberse informado por medio de distintas guías de bolsillo el caminante no tenía anotado la iglesia de Rouillac, como parada obligatoria para los "románicos". Aunque ubicada fuera de la Via -a trescientos metros- llevado por la curiosidad se dirigió hacia ella. Escondida en la fragosidad de un bosquete su aspecto externo no le llamó la atención. Una más de esas iglesias rurales que jalonan el trayecto santiagués sin ningún vestigio románico, pensó el caminante para sus adentros. Mas al penetrar en su interior la sorpresa fue mayúscula: de una sola nave, la cabecera rezumaba románico por todos los ángulos. Al acceder al presbiterio bajo un arco triunfal de influjo mozárabe (ligeramente de herradura), aparece ante él toda una serie de pinturas, que adornan la bóveda. Gracias a tres vanos abiertos en los muros los frescos permanecían bien iluminados, no así la nave, casi en penumbra.

¡Cuán largo se hace!


      Una hojas fotocopiadas, a disposición de los visitantes, ayudan al caminante a descifrar el contenido de las pinturas románicas. Copia literalmente la descripción de aquéllas: "En el centro de la bóveda: Cristo en majestad, encerrado en una mandorla; en el lado izquierdo de la bóveda: la entrada de Cristo en Jerusalén, con las murallas y el grupo de apóstoles; en el lado derecho de la bóveda: la representación de la Santa Cena: Cristo y los Apóstoles bajo un arco rebajado, que reposa sobre dos columnas ornadas con dibujos borrosos; al otro lado del arco triunfal: el Pecado Original con Adán y Eva acompañados de la serpiente enroscada en el tronco de un árbol; frente al pecado la Redención: Cristo sobre una cruz griega, el sol y la luna a ambos lados del Crucificado, y  el primer plano de un soldado, que tiende en el extremo de una pértiga la esponja, detrás una mujer, que podría ser María. El motivo del lazo plegado, que encuadra las escenas es un intento de decoración en perspectiva ya empleada en los mosaicos bizantinos. Estas composiciones nos ofrecen un ejemplo raro de estas manifestaciones mates con fondo claro, donde dominan los ocres rojos y amarillos, que se manifiestan en el siglo XII, princiaplmente en los santuarios del sur de Francia."

Pinturas de Rouillac
 


   La sensación que experimenta el caminante al salir del interior de la humilde iglesia rústica, es que todo su conjunto -la sencillez de las líneas arquitectónicas, el color de los frescos de la bóveda, la luminosidad difuminada por las vidrieras ahumadas- exhala quietud que invita al recogimiento. Al caminate le hubiera apetecido quedarse más tiempo en ese escenario tan apacible, mas la Via le reclama con insistencia. Aún le queda unos cuantos kilómetros para acabar la etapa de la jornada.

Texto y fotos: Javier Pelaz. Santander

IGLESIA PRERROMÁNICA DE SAN SALVADOR DE PALAT DE REY: UN ACERCAMIENTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO


 

      La iglesia de San Salvador de Palat del Rey está considerada  como la más antigua de la ciudad de León.       

      El rey leonés, Ramiro II, la mandó construir a mediados del siglo X, en el centro de la ciudad, muy cerca de su palacio, el Monasterio de San Salvador, que incluía: una iglesia, un cementerio y un convento dedicado a acoger a las mujeres de la familia real. En él tomaría hábitos su hija Geloria. Todos los datos al respecto, están debidamente narrados en la Crónica de Sampiro, hacia el año 982: “ Ramirus (…) filiam suam Geloiram Deo dicavit, et sub nomine eisdem monasterio intra urbem legionensem mire construxit in honore Sancti Salvatorius iuxta palatium regalis.
 

       Años después sería el lugar de residencia de la infanta doña Elvira, que dirigió con mano firme los destinos del reino como regente, durante la minoría de edad de Alfonso V, a finales del siglo X. La permanencia de estas infantas monjas en este cenobio  duró unos pocos años, hasta su traslado al llamado monasterio de San Pelayo que sería el origen de lo que más tarde se conoció como monasterio de San Isidoro de LLa tradición entre los reyes asturianos era hacerse enterrar en un monasterio de su protección. Cuando la corte se traslada a León, la monarquía necesita  un cementerio real.  Así pues, el Monasterio de San Salvador, tendrá entre sus principales funciones ser panteón real. Allí fueron enterrados los reyes leoneses Ramiro II, Ordoño III y Sancho el Gordo. Tras el paso y devastación de Almanzor por tierras leonesas, aquellos enterramientos  fueron trasladados al Panteón Real de la basílica de San Isidoro.

 





      Según los trabajos arqueológicos llevados a cabo en la antigua iglesia del monasterio, que aún se puede visitar en el centro de la ciudad, se llega a la conclusión que su inicio comienza en la época altomedieval para continuar en la Baja Edad Media y ambos periodos se fundieron con la presencia romana durante el asentamiento de la Legio VII Gemina.

      La planimetría del edificio es de planta de cruz griega, mientras los lados Este y Oeste de la cruz tienen planta en forma de arco de herradura. De su estructura original sólo se conserva, a la vista, la base de los muros del ábside principal y la zona central del crucero, incluyendo todo el sistema de cobertura, que está formada por los cuatro pilares de piedra, los arcos de medio punto que los une y la cúpula que se soporta en ellos.

      El ábside principal se comunicaba con el resto de la iglesia por medio de un arco triunfal de herradura sobre columnas y capiteles, que, aunque haya desaparecido, ha sido reconstruido en la última restauración de forma perfectamente identificable como material añadido.

      Toda su configuración arquitectónica tiene similitudes con la iglesia de San Fructuoso de Montelios de Braga.

      El resultado final, de acuerdo con lo que ha llegado a nosotros, es una estructura que está mucho más relacionada con la última arquitectura visigoda que con la mozárabe, a pesar de clara influencia cordobesa y que parece disponer de dos ábsides contrapuestos.

      Según algunas opiniones de expertos sus antecedentes más claros se encuentran en las iglesias funerarias cruciformes que se construyeron en el siglo VII, con claras influencias del mausoleo de Gala Placidia,  en la ciudad italiana de Rávena.

      Podríamos considerar la restauración de la iglesia como paradigma del tratamiento que debería tener muchos de nuestros monumentos prerrománicos.

      La capilla es del siglo XVI. A la entrada existe una maqueta de cómo era el templo en la época de su construcción. Actualmente, acoge como museo piezas de gran valor histórico-artístico del Renacimiento.

      El edificio está catalogado como Monumento Histórico del Patrimonio español.

Texto: Emilia Higuera. Santander

*Suplemento para la visita de León

Webgrafia:



Fotos:

Wikipedia

 

miércoles, 21 de mayo de 2014

HITOS ROMÁNICOS EN LA "VIA PODIENSIS": de AUBRAC a LECTOURE

      El caminante llega despernado a otra localidad con encanto: Figeac. Recorre el casco antiguo le nez en l´air contemplando -como si hubiera retrocedido varios siglos- los edificios medievales de comerciantes y artesanos, que constituyeron el embrión de la ciudad. Unos están erigidos en piedra y ornan sus reicedumbres muros con mascarones; otros, en cambio, exhiben las típicas fachadas en colombages (lienzos de ladrillo con travesaños de madera). La buena conservación de estas edificaciones permite seguir, sin discontinuidad en el tiempo, la evolución de la arquitectura civil francesa desde el siglo XII hasta el XIV.

Taller del artesano medieval
 
 
      La iglesia de San Salvador, sita en el centro de la villa, conserva en su interior excelentes capiteles historiados, que pertenecieron a un templo más antiguo, al igual que el bello pedículo de un bénitier, adornado con flores y tallos "achurrados".Otra de las iglesias a visitar es la de Notre Dame-du-Puy, erigida sobre un altozano, donde se otea una espectacular vista de los tejados del barrio histórico. En una de las capillas laterales capiteles bien trabajados rematan las columnas, que pertenecieron  a una iglesia del siglo IX.

Detalle de la portada de la catedral de Cahors
 
 
      Al salir de la ciudad y en lugar de seguir el itinerario del GR65 -dirección St. Jean-Pied-de-Port-, el caminante toma una variante (GR6), que conduce al santuario mariano de Rocamadour. Lo mismo hacían los peregrinos de antaño atraidos por el predicamento milagroso de la Virgen Negra.

Iglesia de San Salvador 
 
 
      La ruta pasa por la villa de Cardaillac. El caminante ha leido en la guía que la localidad es importante por su valioso patrimonio histórico. Además, sus últimos siglos están escritos en rojo por los sucesos trágicos acaecidos durante las Guerras de Religión  y la última Guerra Mundial.

Pedículo de la iglesia de San Salvador
 
 
      A veces un hecho imprevisto alegra la faz del caminante en una mañana muy calurosa. Deambulando por el barrio histórico de la villa reconoce, tras un frondoso árbol centenario, una placa relivaria de época románica, encastrada en un edificio señorial de época, que podría representar al "señor de las bestias" o el pecado de la lujuria.
 
       Ni que decir tiene que Rocamadour es uno de los lugares más visitados del país vecino. La villa se escalona sobre un roquedal de esquiso. En el fondo de un vertiginoso acantilado, el Azou discurre apacible por una de sus gargantas.

El pecado de la lujuria o el señor de las bestias en Cardaillac
 
 
 
      Para acceder al templo mariano hay que superar 230 escalones, demasiados para el caminante hasta el punto que estuvo a punto de olvidarse de la visita. De la época románica sólo permanece en pie la capilla de San Amadour, del siglo XI. Su decoración es austera, sin ningún tipo de adornos escultóricos. Anchos y recios arcos entrecruzados sostienen el alzado de la iglesia de San Salvador, situada encima del reducido espacio litúrgico.

Rocamadour


      Otra de las ciudades con olor a historia añeja es Cahors. Aquí confluye la variante GR6 con la Via Podiensis (GR65). Por el puente nuevo el caminante entra en la ciudad y encamina sus pasos al encuentro de la catedral de San Esteban (St.-Étienne). Su románica portada norte es tan majestuosa y conocida como la de Conques. En el nivel inferior aparecen, en el centro, los Apóstoles con la Virgen, que agrupados bajo arcos trilobulados, parecen conversar entre ellos y, según algunos estudiosos, se aprestan a partir. En el centro del segundo nivel, se plasma la figura de Cristo dentro de una mandorla, en compañía de ángeles y, a los lados, distintas escenas del martirio de san Esteban. En lo alto, otros ángeles acogen al Salvador. El tímpano está datado entre los años 1140-1150. Las arquivoltas permanecen fieles al espíritu románico esculpidas con distintas escenas de caza. No podríamos pasar por alto los historiados capiteles de la puerta, resaltando el de Daniel en el foso de los leones. En la hoja de mano sobre  la catedral el caminante se entera que la cúpula catedralicia es la más antigua de la región (1101-1136).

Tímpano de la portada de San Esteban


      La Via prosigue... y el camninante se pregunta si, en adelante, será más costoso de soportar la tortura del cansancio acumulado de tantas jornadas de andadura, o el desánimo emergente motivado por la obstinada soledad que le acompaña desde varias jornadas.

Texto y fotos: Javier Pelaz. Santander

     

¡¡¡ POR FIN !!! SAN ANTOLÍN DE BEDÓN PASA A SER PROPIEDAD DEL ESTADO

      Tras muchos años de "dimes y diretes" entre el Estado Central y el Gobierno del Principado, este último comunicó hace unos días  -a la Plataforma de vecinos de Naves, creada con el fin de dar una solución al deterioro progresvo  del antiguo cenobio- que el Ministerio de Hacienda asume la proiedad del antiguo monasterio benedictino enclavado en la localidad llanisca de Bricia. Además -añade el comunicado oficial- que una vez reparado el edificio, cederá la propiedad al Principado.
 
San Antolín de Bedón
 
 
    El referido monasterio, de planta románica y datado a principios del siglo XIII, constituye con los homónimos de Santa María de Tina y San Pedro de Plecín, una tríada de enclaves románicos de la zona oriental asturiana, relacionados con el Camino santiagués, conocido como el de la "Costa".
 
Portada meridional
 
 
    Componentes de la "Asociación Amigos del Románico" astur-cántabros se concentraron en el otoño del 2008 en San Antolín reclamando su salvaguardia ante el progresivo deterioro de conservación (restos de hogueras en el interior del ábside central) y  para poner coto al constante expolio de sus elementos decorativos (desaparición del lauda del sarcófago principal del templo).
                                                          Sarcófago del que falta la tapa
 
      Por todo ello para AdR es una buena noticia y felicita a la Asociación de vecinos de Naves por la labor desplegada para defender un Monumento Histórico (declarado como tal en 1931), que forma parte indisoluble de la historia de la zona. Nuestra alegría, además, sería por partida doble si los mismo sucediera con los restos románicos de Tina y Plecín,  amenazados con su total desapareción si no interviene con urgencia las administraciones pertinentes.
 
Grupo de AdR astur-cántabros el día de la concentración
 
     
 
     
 
  

viernes, 16 de mayo de 2014

CASTILLETE ALTO MEDIEVAL DE MONTE HOZARCO*


      La collada de Hoz, con una altitud máxima de 668 metros, forma una línea fronteriza natural entre Lamasón y Peñarrubia. Todos los pueblos de este último municipio cántabro se encuentran en la cara oeste del referido puerto de montaña, teniendo de frente, por el oeste, las estribaciones de los Picos de Europa y el tajo rocoso del Desfiladero de La Hermida, por donde discurren las aguas bravas del río Deva.

Plano del recinto amurallado
 

    Una orografía agreste, salpicada por doquier de vertiginosos farallones calizos,  resulta una inmejorable aliada en momentos puntuales y decisivos de la historia de un pueblo. Cuando los indómitos astur-cántabros se “echaron al monte” para defender su solar y sus propias vidas ante el acoso de las legiones romanas, durante las llamadas “guerras cántabras”, no se imaginaron que siglos más tarde harían lo mismo sus descendientes ante el arrollador avance de los musulmanes con el fin de concluir de una vez por todas la conquista del antiguo reino visigodo.

Superficie del enclave
     
 
      El emplazamiento del Monte Hozarco –conocido así en la época medieval, pero llamado, en la actualidad Monte de Santa Catalina, es una fortaleza natural inexpugnable. Así lo concibieron los primeros reyes asturianos, cuando ordenaron erigir  distintos enclaves militares por estos predios.

Antiguos lienzos de la fortificación
      
 
      Cerca del pueblo de Cicera y en un sitio denominado, “Mirador de Santa Catalina”, se alzó, en los primeros años de la repoblación emprendida por el rey asturiano, Alfonso I, un castillete con doble función: de defender y vigilar la zona, al estar enclavado en un lugar privilegiado para tales fines. Gracias a las excavaciones arqueológicas efectuadas en lo que fue el recinto amurallado, se ha podido datar, por lo menos, dos periodos: uno de ocupación y protección del enclave, que se inicia a mediados del siglo VIII y se prolonga durante IX; y, el otro, abarcaría hasta las postrimerías del siglo XII, con la misión de controlar el paso. Por lo tanto, tenemos una construcción militar correspondiente a la Alta Edad Media en la Cantabria trasmontana.

      Se trata de un castillete, de planta rectangular, que ocupa una superficie de 780 metros cuadrados. Constaba de un recinto amurallado con sillares trabados sin argamasa; y, al menos, de una torre de planta cuadrada. En la actualidad, sólo quedan algunos lienzos de la fortificación identificados con una torre y una atalaya.

Entorno del castillete
     
      La imaginación popular ha bautizado el lugar como “Bolera de los moros” por ser similar -su configuración geométrica actual-  al corro donde se practica el “bolo-palma” montañés.

Desfiladero de La Hermiada desde el mirador Santa Catalina
     
 
      En resumen, su construcción se puede poner en relación con la expansión, que emprende el Reino de Asturias, a mediados del siglo VIII hacia las tierras vecinas, tal como recogen las crónicas de Alfonso III. Desempeñó un papel de gran relevancia en la defensa, control y consolidación de los territorios cristianos, en los comienzos de su expansión.
* Suplemento del sitio a visitar en el XII Senderismo Románico
 

Texto y fotos: Javier Pelaz.

Bibliografía:

“Orígenes de la Nación Española. El Reino de Asturias”. Sánchez Albornoz, C. Ed. SARPE. 1985.
"Cantabria 101 Municipios". Ed. Cantabria. Santander, 2005

martes, 13 de mayo de 2014

IGLESIA DE SANTA JULIANA DE LAFUENTE*


      Hasta las postrimerías del siglo XIX, cuando finalizó la ingente obra de ingeniería, promovida por el Ministerio de la Marina,  de la carretera actual de la garganta caliza de La Hermida, para así poder dar salida a los troncos talados en los bosques lebaniegos con  destino a los  astilleros cántabros, el camino de unión entre Liébana y la cuenca del Saja discurría por el valle de Lamasón.
 

      Circunvalado el referido valle por un circo montañoso plagado de riscos y peñascos, no es extraño que el número de iglesias románicas por estos predios sea casi testimonial, reducido a escasas y pobres edificaciones, quizás debido  a su aislamiento orográfico y/o por  una insuficiente población para emprender obras tan costosas como era, sin lugar a dudas, la edificación a la sazón de un templo.

      Actualmente, la iglesia de Santa Juliana del pueblo masoniego de Lafuente es la única que conserva, en parte, su construcción primigenia, datada en las postrimerías del siglo XII, al igual que la mayoría de las iglesias románicas de la vecina Asturias.


      Por su configuración arquitectónica es la típica parroquia de concejo, estructurada por una sola nave, con ábside semicircular, y espadaña humilde en el hastial occidental. Muy similar a sus contemporáneas que jalonan la cuenca del Besaya.


      En el muro oeste sobresale la portada con un tejaroz sostenido por ocho canecillos de caveto. Las arquivoltas apean sobre tres columnas a cada lado rematadas con capiteles muy toscos: el de la siniestra ornado con líneas geométricas y dibujos simbólicos; en cambio, el de la otra mano aparece una escena iconográfica de difícil interpretación. Lo mismo sucede con los capiteles que coronan los fustes del ábside exterior: sólo el izquierdo es auténtico con los genuinos molinillos aguilarenses. La cornisa de la cabecera se sostiene con una serie de canecillos en buen estado, primando entre ellos  los de figuración abstracta.

Capitel del arco triunfal: Representación de la Epifanía

      En su interior destaca el arco triunfal, de medio punto y doblado. Los capiteles son historiados: el izquierdo representa la Epifanía, una copia muy simple de la Adoración de los Reyes de San Pedro de Piasca. En el derecho, aparecen en todas las caras de la cesta varias figuras: en la del centro un personaje sostiene bandeja y libro, y dos laterales, sujetan el manto de aquél.  Aunque de difícil explicación, podría estar relacionado acaso con una escena litúrgica.

* Como suplemento a la visita del próximo día 31 de Mayo

Texto y fotos: Javier Pelaz
Bibliografia:
"El Románico en Cantabria". Garcia Guinea, M.A. Editorial ESTVDIO. Santander

 

 

Ilustración 4: Capitel de la Epifanía

 

 

 

viernes, 9 de mayo de 2014

UN ACERCAMIENTO HISTÓRICO Y ARTÍSTICO DE SANTA MARÍA DE WAMBA


 
      San Julián de Toledo (Toledo 642-690), cronista de la Hispania visigoda, sitúa en la antigua Gérticos la muerte del rey Recesvinto y la elección del nuevo rey Wamba. La "Crónica Albeldense" (881-833) narra esta misma versión, pero la "Crónica" de Alfonso III (principios del siglo X) menciona un lugar que podría identificarse con los Montes Torozos. Cuando el rey Alfonso III llega a residir en esta zona pretende establecer un vínculo con la monarquía visigoda, por lo que identifica Gérticos, lugar en que se celebró  tal acontecimiento, con una población donde  el monarca ya había vencido a los musulmanes. Posteriormente, en las obras de Ximénez de Rada y Alfonso X se mantiene ya la ubicación de Gérticos en esta comarca de Valladolid, próxima a los Montes Torozos y regada por un afluente del Hornija. El nombre de  Wamba, en honor al rey  supuestamente elegido en este lugar,  ha llegado a nuestros días. Sin embargo, a pesar de que las excavaciones arqueológicas muestran que el área estuvo poblada continuamente desde esas fechas, y sin duda existió un monasterio visigótico, no se puede afirmar con total seguridad que la antigua Gérticos sea la actual Wamba.

 
Portada occidental


      El obispo Frumio de León funda la iglesia de Santa María de Wamba en torno al año 828. Entre 945 y 951 los documentos reales mencionan a Nuño como abad, habiendo cobrado gran importancia Santa María como se deduce de las numerosas heredades que recibió en territorios situados entre los ríos Cea y Porma. A finales del siglo XI, la infanta doña Sancha lo recibe de la infanta Elvira, su tía-abuela, y a su vez en 1140 lo dona a la Orden de San Juan, posesión confirmada por Alfonso VII, pero que varía al año siguiente cuando doña Sancha cambia su monasterio de Santa María de Toro por Wamba y San Cebrián de Mazote, aunque según ordena en su testamento posteriormente pasa de nuevo a la Orden. El territorio del Infantado pasa al reino de León siendo monarca Fernando II. En 1195 se construye la iglesia como se deduce de la inscripción en la fachada Oeste: “año 1233 de la era”.

 

      Durante el siglo XIII, los caballeros hospitalarios se desprenden de algunas encomiendas pero continúan en Wamba. Los freyles sentían gran aprecio por este territorio y encomiendan su gestión en 1298 a Arias Gutierrez Quesada, caballero de la familia Quijada,  que cumple la función de teniente del Maestre para la Orden en Castilla-León. Con el paso del tiempo, la supresión de los señoríos y la reorganización eclesiástica promueven importantes cambios en la localidad, aún así la iglesia de Santa María de Wamba, a día de hoy, conserva un soberbio magnetismo que se hace sentir a poco que crucemos el umbral de su portada.

 
Inscripción de la datación: in era 1233


      La principal de ellas se abre a Occidente contando con otra más sencilla al Sur. Los vestigios de lo que fue el antiguo monasterio se encuentran en el ala Norte. La zona románica se construyó en hiladas de buenos sillares de caliza, que parecen haber sido reforzados en la restauración de 1920, según consta en la inscripción del testero de la nave central. En época reciente se limpian y consolidan muros y se añade una cubierta de madera en la portada Sur. La cabecera y crucero, de estilo mozárabe, se construyeron en ladrillo y mampostería. Consta de tres naves, la central más elevada, crucero y tres capillas rectangulares en la cabecera, que construidas junto al crucero en época anterior al resto de la iglesia, podrían remontarse al año 928, aunque no puede confirmarse esta datación, como sí sucede con la parte románica levantada en  1195, según reza la inscripción del tímpano de la portada Occidental.

 

      La nave central supera en anchura y altitud a las laterales en proporción 2:1. Separan tales espacios pilares compuestos de núcleo rectangular y esquinas biseladas y decoración de botones estriados, con dos columnas adosadas a cada pilar. Los capiteles se adornan de motivos vegetales y temas alegóricos. Aún se puede observar algún resto de policromía en rojo y ocre. Presenta cubierta de madera, apoyada sobre ménsulas recientemente reconstruida.

 
Cabecera


      En el muro del Evangelio una puerta brinda acceso a una capilla que alberga la pila bautismal. Otra curiosa estancia que formaría parte del claustro comunica con el crucero. Presenta bóveda de arista que apoya sobre un robusto pilar central, que evoca lejanamente la “palmera” de San Baudelio de Berlanga, a quien hubiese visitado anteriormente este otro templo.

 

El crucero y la cabecera, de época mozárabe, presentan una estructura compartimentada propia de este estilo. Los pilares, cuadrados, sostienen arcos de herradura y se decoran con tres molduras escalonadas, que a su vez recuerdan a las de algunas iglesias del prerrománico asturiano  como San Salvador de Valdediós. Las bóvedas del crucero son de cañón, partiendo en origen de herradura, aunque han sido retocadas, la central pudo ser de arista. El aparejo de las capillas del ábside es de ladrillo y mampuesto. Abre en cada una un vano de medio punto abocinado y de ladrillo.

 

      El testero de la capilla mayor conserva restos de pintura mural: una cruz central y ocho cuadrados con círculos inscritos, que enmarcan ruedas de ocho radios y animales mitológicos, que según algunos autores, imitarían el estampado de una tela oriental y que a su vez recuerdan el friso superior de Quintanilla de las Viñas.

 
Capilla contigua al crucero


      La portada del imafronte es otro elemento  a destacar. Se halla protegida por un tejaroz con friso de once canecillos. Las arquivoltas decoran con baquetones y escocias. Entre las arquivoltas: tacos y bolas. Las columnas, de fuste corto, apoyan sobre plintos que recorren la fachada a modo de un banco corrido. Los capiteles se encuentran bastante deteriorados. El tímpano, esculpido en una sola pieza, se decora mediante una franja de círculos con flores octopétalas a lo largo de su borde exterior, más otros cuatro con el mismo motivo, dos a cada lado y la inscripción mencionada anteriormente que otorga fecha a la construcción. Soportando el peso del tímpano mochetas de hombres barbados. Abre un magnífico rosetón en lo alto de la fachada y la corona una cruz sobre cabezas de leones con las fauces abiertas.

 

      La portada Sur de arco apuntado no presenta decoración cubierta por un pórtico de época reciente. Sobre el crucero, torre campanario con dos vanos a cada lado en donde albergan las campanas.

 

      La decoración escultórica del interior destaca especialmente en los capiteles de las columnas adosadas a los pilares. Muestran temas vegetales, una enigmática imagen de león con lazos vegetales y aves monstruosas así como otros  tal vez “costumbristas” como un hombre extrayendo vino de una tinaja, esquilando un cordero o lo que podría ser la representación de un zapatero estirando con los dientes un pedazo de piel y lo que parecen ser unas tijeras y que también es interpretado como el pecado de la gula. Otros representan imágenes alegóricas como el pesaje de las almas por San Miguel.

 
Capitel de la gula o el oficio de zapatero


      Como decoración típicamente mozárabe talla a bisel en los pilares de la cabecera, palmetas y espigas en el lado de la Epístola. Un antiguo capitel corintio de la iglesia mozárabe hace las veces de pila de agua bendita junto a la portada Sur.

 

      Santa María de Wamba es un interesantísimo templo prerrománico del siglo X, de los denominados mozárabes, según autores como Gómez Moreno, o de Repoblación, según Bango Torviso, que se construyeron en las proximidades del Duero en el Reino de León en tiempos del reinado de Ordoño II, Alfonso IVl, etc… Es posible que los repobladores astur-leoneses del siglo X hallaran un monasterio visigótico en ruinas que les sirviera de inspiración para la iglesia cuya magnífica cabecera que aún hoy tenemos la fortuna de contemplar.

 

      Santa María de Wamba conserva otra estancia que podrá fascinar u horrorizar de igual modo a quien emprenda este pequeño gran viaje a través de la historia: un magnífico osario que alberga esqueletos depositados allí desde el siglo XIII al XVIII.
 
Texto y fotos: Cristina Sánchez. Gijón

 

Bibliografía:

Enciclopedia del Románico. Fundación Santa María la Real.


http://www.turismo-prerromanico.com/es/mozarabe/monumento/santa-mara-de-wamba-20130411152814/#ad-image-0