Cuando el visitante se acerca a un templo románico lo primero
que le atrae a primera vista es la portada. Los promotores de las iglesias
conminaban al maestro de obras que la entrada al templo estuviera profusamente
decorada. Que el programa escultórico cincelado en los distintos espacios de la
puerta fuera necesariamente atractivo. El abad, Suger, decía a los visitantes de la basílica de Saint Denis de
París, que convenía admirar la belleza de la obra realizada y no la materia de
la que había sido hecha la puerta.
De este modo, en este
emplazamiento se esculpen relieves figurativos no sólo en el tímpano
(principalmente la visión apocalíptica de Dios y escenas del Juicio Final) y otros
ceñidos en las dovelas de las arquivoltas, sino también personajes bíblicos adaptados al verticalismo de las
jambas, columnas y parteluz. Además, cuanto más se abocinaba la puerta, mayor
sensación de robustez y profundidad se
conseguía y al multiplicarse las arquivoltas se podía añadir más elementos
decorativos a la misma.
Juicio Final (Timpano de la basílica de Sainte Foy (Francia) |
Para los artífices de la piedra la entrada
resultaba ser un espacio ideal para desplegar su virtuosismo con el cincel y de
esta guisa darse a conocer para ser contratados en futuros trabajos. Por eso en
algunas iglesias aparece su nombre rotulado
en los sillares.
Desde el punto de vista arquitectónico la portada sobresalía
de la fachada con el fin de dar mayor sensación de altura cubriéndose con un
tejaroz sostenido por canecillos esculpidos con distintas imágenes.
El Seno de Abraham (izquierda) y la escena del pobre Lázaro y el rico Epulón |
No debemos olvidar que el románico se nutre de aportaciones
de otras épocas. Para el historiador, René
Crozet, si “la portada está flanqueada por pilastras acanaladas y rematadas
con un frontón revela la persistencia del pasado romano o cuando sus dovelas
modelan volutas con roleos acentúa la implantación de influencias islámicas… y
del óculo prerrománico (en el eje vertical de la entrada) derivará la rosa
polilobulada o ya dotada de un relleno en forma de rueda con radios.”
Ese interés de ser bellas las portadas tenía, además, una
función simbólica. Si Jesús dijo: “Yo soy la puerta y el que entra por mí, será
salvado (Juan 10:9)”, su simbolismo refleja la entrada de los fieles en un
espacio celestial (la Jerusalén celeste), dejando atrás su vida terrenal
(Babilonia). Siguiendo la misma línea, la investigadora, M.M.Davy, recoge las palabras del teólogo medieval, Guillermo de St.-Thierry, que dice al
respecto: “Oh Vos, que habéis dicho: Yo soy la puerta…muéstranos con total
evidencia de qué hogar sois la puerta, cuando y quiénes a los que Vos se la
abrís. La casa de la que sois la puerta es el Cielo, donde vuestro Padre
Habita.”
Portada de Santa María de Piasca (Cantabria) |
Mas la
puerta no sólo aportaba una función simbólica. En sus aledaños,
la vida seguía su curso normal, y ante ella se oficiaban diversas actividades propias de la comunidad civil. Se
aprovechaba el pórtico –al estar cubierto y así el mal tiempo no impidiera la celebración
de las funciones preceptivas- como señala Bárbara
Deimling, para celebrar procesos
judiciales, tanto seculares como eclesiásticos. Una buena parte de las
resoluciones de estos últimos consistía en prohibir, como penitencia, la
entrada al templo de aquellos que hubieran cometido graves pecados. Una vez
cumplida la pena el sacerdote les tomaba la mano derecha y los introducía de
nuevo en el interior de la iglesia. En esto consistía el rito de la redención
que incluía el castigo y la reconciliación de los transgresores.
También la
argolla de la puerta servía para cualquier clase de juramento, pero para eso
tenía que tomarse aquélla con la mano izquierda. Lo mismo ocurría en caso de
refugio. Si la persona perseguida por la justicia tomaba la argolla –en el
supuesto de que no pudiese entrar en su interior- tenía el mismo derecho de gozar de la
inmunidad que la ley confería a los templos.
Asímismo, toda
clase de contratos se realizaba ante la puerta, entre ellos el matrimonial. Una
vez firmado, los novios ya podían asistir a la misa para ratificar su unión
conyugal.
Músicos de la portada de El Cuerno de Santa María de Piasca |
Uno de los
momentos más concurridos en las
explanadas de las iglesias era los días
que se celebraban el mercado. Los vendedores montaban sus tenderetes. En los
muros de algunos templos todavía se puede observar hoy las medidas oficiales
que regían en cada localidad. Tenemos el ejemplo de la “vara jaquesa” en la
catedral de Jaca. Igualmente, el mundo de la farándula de aquella época
aprovechaba la ocasión. Me refiero a los juglares recitando toda clase de composiciones
poéticas como a los saltimbanquis y danzarinas –representados en los canecillos de muchas iglesias- en donde
actuaban ante un público ya de por sí numeroso, a pesar de que las autoridades
eclesiásticas les considerasen irredentos pecadores.
Texto y fotografías: Javier Pelaz Beci. Santander
Bibliografía:
"L´art Roman". René Crozet. Quadrige/Presses Universitaires de France. 1981
"La portada medieval y su importancia para la historia del derecho". Bárbara Deimling. El Románico: Arquitectura, escultura y pintura. ULLMANN/KONEMANN. 2007.
"Initiation á la symbolique romane". La porte. M.M. Davy.
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