Como todos los años por estas
fechas, aprovechando la época de las castañas -una magosta en el campo siempre
es agradable-, iniciamos los románicos una jornada de “naturaleza y piedras”. El día nos regaló una preciosa luz que nos
permitió disfrutar del agreste entorno asturiano y admirar los cambios
cromáticos que siempre depara el otoño.
Claustro de la colegiata de San Pedro de Teverga |
A las once de la mañana, en la
explanada de la Colegiata de Teverga,
nos juntamos los AdR de Cantabria/Asturias y socios de Madrid y Burgos;
en total: 34. Algunos, como el que escribe, empezaron el día con un buen
desayuno-almuerzo en el bar-tienda de la plaza.
Recorriendo un tramo de la "Senda del Oso" |
Iniciamos la visita a la Colegiata de San Pedro de Teverga de la mano de Rosa, la guía oficial. El templo es considerado por algunos de transición entre el prerrománico y el románico pleno. Su
inicio hacia 1065, nos trae unos capiteles bastante toscos, con motivos geométricos
y representaciones del Bien y del Mal muy sencillas. La parte más tardía, hacia
1150, nos da ya capiteles más elaborados, aunque de talla no demasiado fina. A
destacar la bóveda de cañón de la nave central, muy estrecha, pero bien
construida, y el jaqueado que adorna casi todo el templo. Vimos también el
claustro de madera del siglo XVII y la
sacristía cuya principal curiosidad son dos momias, que se conservan y cuya
visión no es precisamente muy agradable.
Avituallamiento |
El sitio nos hizo rememorar la
importancia del lugar como parte de inicio del lado asturiano del Camino Real
de la Mesa, camino de comunicación entre León y Asturias utilizado desde la
época romana. Por allí intentó huir el árabe, Munuza, después de Covadonga y
los generales del emir, Hisam, después de saquear el incipiente reino asturiano,
sufrieron una estrepitosa derrota a manos de Alfonso II (794, batalla de Lutos).
Este hecho bélico posiblemente hizo pensarse a los muslimes otras incursiones
en terreno tan escarpado y preservó el reino de Asturias, hasta hacerse
suficientemente fuerte para intentar el reto de recuperar España en la gran
aventura histórica de la Reconquista.
Ante la iglesia de San Romano |
Una vez visto el plato fuerte del
románico del día nos dirigimos a un parking, que era el lugar de salida. Preparamos mochilas con las viandas, nos pertrechamos
para la caminata y con el ritual del “culín” de sidra, que como siempre y
amablemente trajo Cristina, iniciamos la “Senda del Oso“ por el antiguo trazado
de la vía de ferrocarril para transportar el carbón de las minas de Teverga a
la fábrica de armas de Trubia. La antigua vía de tren ha sido reconvertida en
una preciosa senda para caminantes y ciclistas que discurre entre puentes y
túneles y que ofrece los rincones y las vistas más espectaculares del valle. Da la sensación de ir caminando con una
postal de fondo. El camino se hizo ameno y cada cual, al ritmo que le permitían
sus piernas, fuimos completándolo entre conversaciones, bromas y demás
divertimientos.
Llegó la hora de reponer fuerzas y
en un merendero con mesas desplegamos todas las delicatessen que llevábamos.
Allí aparecieron tortillas, empanadas, caracolillos, bizcochos salados, bonito embotado, sándwiches, leche frita y otros dulces.
Todo ello regado con una buena sidra y
rematado por la magosta de castañas que se hizo en un artilugio
moderno por no hacer fuego en el campo.
Michael ilustra a los asistentes la iglesia prerrománica de Santo Andriano de Tuñón |
Repuestas las fuerzas, retornamos a
los coches para ir a nuestro siguiente destino, la iglesia de San Romano de Villanueva. Antes tomamos
un café para despejar el sueño, en una taberna, al lado de un puente romano, en
un rincón relajante y lleno del encanto rural asturiano. Caminando fuimos hasta
la iglesia, en la cual nuestro guía, Pablo, arqueólogo y miembro de la sociedad "La Ponte-Ecomuséu", un panegírico de la vida rural y
reivindicó la recuperación del medio y su utilización para el turismo y nos interpretó en primer lugar la arquitectura de la fábrica. Se le reconocía el ábside románico, por
fuera; y la correspondiente bóveda de horno, por dentro, algo de imaginería y unas pinturas del
siglo XVI, a las que nuestro guía sacó todo el jugo posible. Tuvo su valor como
centro -nos contó- de peregrinación para las gentes que tenían hijos en las guerras, pues
San Romano es el patrón de los soldados y la gente le pedía que regresaran
sanos y salvos sus parientes de los follones en los que nos metíamos para
conservar el Imperio durante los siglos XVI y XVII.
Con la tarde ya languideciendo, nos dirigimos
a nuestra última visita: a Santo
Adriano de Tuñón. Iglesia prerrománica
construida por Alfonso III el Magno, hacia el 890, con el fin de articular la
repoblación de la zona. Antes de que no se viese ni torta nos hicimos la foto
del viaje, para quedar constancia de nuestra presencia. Michael y Pablo, al alimón, nos ilustraron sobre los conflictos de la época entre obispos con zonas de
influencia y con apetitos de poder terrenal poco piadosos. El obispo de Oviedo
no vino a consagrarla, pero sí estuvieron los de Santiago, Coimbra y Astorga.
En fín, eran épocas en que el ímpetu conquistador de los reyes asturianos,
aprovechando la debilidad del emirato, desplazaron los centros de poder de
Oviedo a León y el mismo rey, Alfonso, pretendió dejar la retaguardia bien
organizada con este tipo de centros
articuladores del territorio. Al obispo de Oviedo no debió gustarle perder
poder.
La iglesia es por dentro un ejemplo de prerrománico sobrio y elegante,
sin muchas concesiones, con arcos sin adornos, pero de una belleza
sobrecogedora. La pena fue que las tardes rápido caen y la poca luz no nos
permitió apreciar algunas cosas, como
una ventana prerrománica geminada, que había en el exterior y algunas
celosías que recordaban el arte mozárabe. Tienen importancia los escasos restos
de pinturas que hay en la capilla mayor, pero el estado precario de
conservación y la poca luz que había no nos permitió apreciarlas en exceso.
Ya de noche cerrada, nos fuimos
despidiendo y emplazándonos para otra pronta salida y aunque el día nos dejó
ahítos de piedras esculpidas, ríos turbulentos, montañas, caminos con historia,
el viaje de regreso siempre nos hace desear volver a experimentar la misma
emoción de descubrir nuevos rincones, de conocer algo más de nuestra historia,
y de perfeccionar nuestros conocimientos del arte que a todos nosotros nos apasiona: el
Románico.
Texto: Tomás Lozano. Santander
Fotografía: Cristina Sánchez (Gijón) y Javi Pelaz (Santander)
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