El sábado, 3 de Enero, nos reunimos en la capital del
Principado una quincena de Amigos del Románico astur-cántabros con el fin de
disfrutar de una suculenta comida para despedir el año y conversar sobre
las posibles actividades a realizar para este nuevo año que comienza. En principio,
la idea era sólo tomarnos unas sidras habiendo finalizado las jornadas
románicas programadas para el 2014 y no siendo el invierno la época más
propicia para moverse demasiado de casa, pero la imponente presencia de la
Catedral de San Salvador y la Cámara Santa, testigo de más de mil años de
Historia en nuestra tierra, lógicamente no iba a pasar desapercibida para este
grupo de enamorados de las piedras, y si nuestros compañeros de Cantabria se
desplazaron unos doscientos km., esta vez varios de nosotros, astures de
nacimiento o residentes, no necesitamos más de media hora de camino para llegar
a tan apreciado destino pétreo construido ya en época gótica y barroca el
cuerpo principal, mientras que la Cámara Santa y Torre Vieja, destinos fundamentales de nuestra visita,
datan de época Altomedieval, especialmente atrayente para quien esboza estas
breves líneas.
Todo aficionado al Románico indiscutiblemente comprenderá el
goce de contemplar en un solo golpe de vista la evolución de las formas
constructivas desde el siglo X hasta el XVIII, cómo fueron variando las
funciones y la ornamentación de los edificios sin renunciar por ello a lograr en
quien visita el templo, sea o no persona religiosa o creyente, un estado mental
y emocional, que difícilmente se experimenta al contemplar cualquier otro edificio
de uso civil. Y tras esta reflexión que no deja de ser meramente subjetiva y
por tal razón quizá equivocada, añadimos una breve reseña del recorrido que
durante toda la mañana disfrutamos en compañía de Daniel Fernández García,
estudiante de Arquitectura y gran conocedor del arte Prerrománico asturiano,
quien tuvo a bien acompañarnos como guía de este enclave norteño realmente
excepcional.
Una vez llegados los integrantes del grupo al punto de encuentro,
en la Plaza de la Catedral, y tras saludarnos y charlar de los viajes, siempre
con gran alegría por reencontrarnos de nuevo, Daniel nos explicó a grandes
rasgos la historia de Oviedo.
La fundación de la ciudad se remonta al siglo VIII,
Alfonso II el Casto traslada a este lugar la capital del Reino de Asturias e
intenta emular la capital del reino visigodo, Toledo, construyendo varias
iglesias, San Salvador, Santa María y San Tirso, además de un palacio. Alfonso reina desde el año 791 al 842, durante este amplio lapso de tiempo reorganiza
políticamente el territorio de León, Castilla y Galicia tras diversas victorias
sobre los musulmanes. Llegó a mantener contactos con la corte franca de Carlomago, como atestiguan diversos documentos. Durante su reinado la tradición afirma que
se descubrió la tumba del Apóstol Santiago.
Oviedo era en aquel entonces la
ciudad cristiana de mayor relevancia en la Península, manteniéndose como obispado incluso al trasladar la corte a León el rey Alfonso III el Magno,
durante los últimos años del siglo X. No es lugar nuestra habitual crónica de
las jornadas para extenderse demasiado en detalles de la historia de una ciudad,
pues en este caso la voluntaria escritora carece de conocimientos suficientes
al respecto, pero sí aprendí claramente todo lo que desconocía a pesar de hallarse tan cercana a la mía,
Gijón, y como siempre, en nuestros
viajes con destino a las piedras los protagonistas junto a los bellísimos
monumentos que visitamos e intentamos conocer en profundidad, son las personas
que compartimos el mismo interés y disfrutamos en compañía, pues tal es el modo
de aprender, dialogando y haciendo preguntas que durante este periplo ovetense invernal
Daniel respondía demostrando un conocimiento excepcional y una gran simpatía y
dotes de comunicación. Con ayuda de los apuntes que amablemente nos proporcionó,
fuimos “deconstruyendo” paso a paso la Sancta Ovetensis intentando imaginar las
construcciones cuyas piedras aún yacen siglo tras siglos bajo el coloso gótico,
que con su única aguja señala al cielo rayando las sempiternas nubes
cantábricas. Gran esfuerzo de imaginación, dos iglesias prerrománicas
desaparecidas, San Salvador y Santa María, ésta se mantuvo en pie hasta el
siglo XVIII en el lugar que ocupa la capilla del Rey Casto de la Catedral; una
hermosa ventana trifora de piedra y ladrillo que contempla el paso de los
numerosos viandantes al Sur de la plaza como milenario ornamento a la actual
iglesia de San Tirso, mudo testigo de un tiempo tan lejano que cuesta imaginar:
siglo IX.
Caminamos despacio mientras escuchamos e imaginamos, y
hacemos escala de nuevo en el ala meridional y por tanto iluminada por un
incipiente sol de invierno a cuyo leve calor resplandecen los edificios, un
“mirador” hacia la Torre Vieja adosada a la Cámara Santa y coetánea a ésta,
según revelan algunos testimonios epigráficos, así como diversas huellas arqueológicas,
y que, en principio, fue erigida hacia el 885 no como campanario, sino como defensa
de la Cámara Santa ante los ataques de normandos. En el siglo XI se añade un
cuerpo de campanas con dos vanos en cada fachada con arcos de medio punto y
capiteles vegetales al modo Románico, remata la cubierta con bóveda esquifada. Resulta
sencillo diferenciar estas etapas constructivas pues en la prerrománica no se
utilizan sillares bien labrados sino aparejo irregular. Wamba, fundida en 1219, es
la campana más antigua que aún dobla en España, continúa dando el toque de horas
colocada ahora en la torre nueva, de
estilo gótico y renancentista, cuya construcción inicia Rodrigo Gil de Hontañón,
en 1508; alcanza una altura de 80 metros .
Una vez en el interior de la Catedral recorremos su
amplio espacio y hacemos escala en la nave de la Epístola cerca del presbiterio
ante el majestuoso San Salvador del siglo XIII cuyo origen sería la Catedral
románica anterior, no podía ser de otra manera pues “quien visita a Santiago y
deja el Salvador, visita al criado y deja al señor”. En esta ocasión no fuimos
como peregrinos, pero algunas imágenes emanan una poderosa energía y quien se
detiene ante ellas tiene la impresión de entablar un diálogo misterioso.
Ya en la Cámara Santa y comprendida su estructura
arquitectónica adosada el ala meridional al claustro catedralicio y a la Torre
de San Miguel, contemplamos con admiración las joyas escultóricas que tras su
reciente restauración impresionan aún más si cabe. La suciedad acumulada, la
oxidación de los morteros utilizados anteriormente… o la propia huella del tiempo restaban viveza a la piedra que
mostraba ligeramente una belleza que ahora deslumbra en la imponente
expresividad de Apóstoles y capiteles, milagrosamente en pie tras los desastrosos
avatares sufridos allende el siglo XX, pues fue dinamitada en la Revolución de
1934 y sufrió un devastador robo en 1977. La Cámara Santa se remonta a los
tiempos de la Monarquía Asturiana. Desde el reinado de Alfonso II
(791-842) alberga las reliquias más preciadas: el Sudario de Cristo entre
otras, trasladadas desde el Sur ante el avance musulmán. La capilla de San
Miguel ocupa el piso superior de la Cámara Santa sobre la cripta de Santa
Leocadia, construida para venerar las reliquias de san Eulogio y santa Leocadia. Dada la elevada afluencia de peregrinos y el interés que los monarcas
mostraban por proteger este emplazamiento ovetense, durante el siglo XII se
realizan importantes transformaciones en la capilla de San Miguel. Las
intervenciones quedan patentes por la diferencia entre el sillarejo
prerrománico y los sillares de época Románica. En el interior, se sustituye la
cubierta de madera por bóveda de cañón sustentada por arcos fajones, que reposan
sobre seis columnas pareadas de estructura muy peculiar. Estas columnas,
magníficamente decoradas con figuras de Apóstoles cuyo escultor iguala en
maestría al maestro Mateo y al de San Vicente de Ávila, apoyan sobre pedestales
prismáticos.
Una vez fuera del recinto, reposamos en el Cementerio de
Peregrinos "tertuliando" entre apasionados románicos, pues la
discrepancia entre Tomás y nuestro guía sobre el grado de peralte de uno de los
arcos de la Torre Vieja de la Catedral o la capacidad de los habitantes
del Altomedievo para cocer ladrillos tan perfectamente como aparentan estarlo
los arquillos de la ventana de San Tirso, realmente hacen las delicias de todos
los que asistimos a la convocatoria y sin duda regresamos a casa con un
conocimiento mucho más profundo del arte medieval, no sin antes degustar
nuestro plato más típico..., estamos en Asturias.
Texto y fotos: Cristina Sánchez. Gijón
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