En la Crónica
Albeldense se recoge el testimonio de que
los reyes asturianos establecieron el Ordo Gothorum de antaño, tanto en el Palacio (Aula Regia) como en la Iglesia. “La restauración del Orden Gótico significó
acaso la acuñación de una idea que iba a marcar hondamente la historia de la
cristiandad, directa heredera de Reino de Asturias. Aludo a lo que he llamado
el neogoticismo: a la consideración de la monarquía asturiana primero y leonesa
luego como directas continuadoras de la visigoda.”(1)
Santa María del Naranco |
Mas la referida
continuidad no se dio en la arquitectura de los nuevos edificios del reconocido Arte Asturiano –la denominación
de Prerrománico Asturiano no resulta
acertada-; el distanciamiento comienza en el reinado de Alfonso II el Casto (791-842). Durante
el largo periodo alfonsí se erigen varios edificios tanto religiosos como
civiles, pero los únicos que nos ha llegado hasta nuestros días son la Cámara Santa y la iglesia de
San Julián de los Prados o Santullano. Ésta se construye en planta basilical con cabecera
tripartita y se sustituye el arco de herradura, de tradición visigoda, por el
de medio punto. En su conjunto existe una línea inequívoca de continuidad con
los antiguos templos paganos romanos. No es de extrañar, ya que Alfonso mantuvo relaciones bastante estrechas con la sede papal de Roma.
Santa María del Naranco |
Mas habrá que esperar
al reinado de Ramiro I (842-845)
cuando se inicie la construcción de iglesias y palacios en Oviedo y su entorno.
Nace el llamado “estilo ramirense”, genuinamente asturiano y de una gran
belleza que refleja el buen hacer del arquitecto anónimo de Santa María del Naranco
y San Miguel de Lillo. Será en la primera donde aparece el arco peraltado
realzado con el fin de resaltar en belleza las arquerías ciegas. Más tarde el
mismo arco será empleado en edificios nazaríes (La Alhambra) y románicos.
Se llama arco peraltado cuando el peralte es rectilíneo |
Texto y fotos: Javier Pelaz. Santander
1)Orígenes de la Nación Española. El Reino de Asturias.
Sánchez Albornoz, C. Pag. 173. Ed. SARPE. 1985
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