miércoles, 28 de mayo de 2014

HITOS ROMÁNICOS EN LA VIA PODIENSIS: de AUBRAC a LECTOURE

      El caminante abandona la ciudad de Cahors -una mañana entoldada por una neblina- franqueando el puente Valentré, reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Bajo su reciedumbre aparejo de sillería discurre enmudecido el río Lot.

Puente Valentré
 
 
      Al poco rato comienza a llover, tras varias jornadas atizadas por un sol de justicia. Al principio, se agradece la fina lluvia, pero no la irrupción, más tarde, de una compacta artillería de truenos y relámpagos. Para evitar  males mayores el caminante se asubia, del estallido de la tormenta veraniega, al amparo del poche salvador de una granja. 
 
      A cierta distancia de Montcup se atisba la ingente silueta pétrea de su donjon, encaramado sobre un cerro. Es lo único que permanece en pie de su antiguo castillo, edificado en las postrimerías del siglo XII.  Gracias a un cartel el caminante se informa que "(...) la torre mide 24 metros de altura. Está dividida en tres pisos y una escalera tallada en la piedra conduce a la única puerta, la de la garita con escalera de caracol. A través de un muro espeso de dos metros da acceso al donjon, donde se superponen amplias salas de 12 por 8 metros. La sala baja servía de almacén y los dos primeros pisos tenían chimeneas."

Donjon de Montcup


      De vez en cuando la Via depara alguna que otra sorpresa agradable a los apasionados al Románico. A pesar de haberse informado por medio de distintas guías de bolsillo el caminante no tenía anotado la iglesia de Rouillac, como parada obligatoria para los "románicos". Aunque ubicada fuera de la Via -a trescientos metros- llevado por la curiosidad se dirigió hacia ella. Escondida en la fragosidad de un bosquete su aspecto externo no le llamó la atención. Una más de esas iglesias rurales que jalonan el trayecto santiagués sin ningún vestigio románico, pensó el caminante para sus adentros. Mas al penetrar en su interior la sorpresa fue mayúscula: de una sola nave, la cabecera rezumaba románico por todos los ángulos. Al acceder al presbiterio bajo un arco triunfal de influjo mozárabe (ligeramente de herradura), aparece ante él toda una serie de pinturas, que adornan la bóveda. Gracias a tres vanos abiertos en los muros los frescos permanecían bien iluminados, no así la nave, casi en penumbra.

¡Cuán largo se hace!


      Una hojas fotocopiadas, a disposición de los visitantes, ayudan al caminante a descifrar el contenido de las pinturas románicas. Copia literalmente la descripción de aquéllas: "En el centro de la bóveda: Cristo en majestad, encerrado en una mandorla; en el lado izquierdo de la bóveda: la entrada de Cristo en Jerusalén, con las murallas y el grupo de apóstoles; en el lado derecho de la bóveda: la representación de la Santa Cena: Cristo y los Apóstoles bajo un arco rebajado, que reposa sobre dos columnas ornadas con dibujos borrosos; al otro lado del arco triunfal: el Pecado Original con Adán y Eva acompañados de la serpiente enroscada en el tronco de un árbol; frente al pecado la Redención: Cristo sobre una cruz griega, el sol y la luna a ambos lados del Crucificado, y  el primer plano de un soldado, que tiende en el extremo de una pértiga la esponja, detrás una mujer, que podría ser María. El motivo del lazo plegado, que encuadra las escenas es un intento de decoración en perspectiva ya empleada en los mosaicos bizantinos. Estas composiciones nos ofrecen un ejemplo raro de estas manifestaciones mates con fondo claro, donde dominan los ocres rojos y amarillos, que se manifiestan en el siglo XII, princiaplmente en los santuarios del sur de Francia."

Pinturas de Rouillac
 


   La sensación que experimenta el caminante al salir del interior de la humilde iglesia rústica, es que todo su conjunto -la sencillez de las líneas arquitectónicas, el color de los frescos de la bóveda, la luminosidad difuminada por las vidrieras ahumadas- exhala quietud que invita al recogimiento. Al caminate le hubiera apetecido quedarse más tiempo en ese escenario tan apacible, mas la Via le reclama con insistencia. Aún le queda unos cuantos kilómetros para acabar la etapa de la jornada.

Texto y fotos: Javier Pelaz. Santander

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